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Adviento

De nuevo ante el comienzo del Año Litúrgico, el tiempo de Adviento nos llama a todos a una verdadera y auténtica conversión del corazón. ¡Qué difícil se hace en estos tiempos en que se vive una existencia superficial, una vida a caballo entre el espectáculo y el boato, parar y reflexionar sobre el profundo sentido de nuestra historia. Pues el Adviento, tal y como escucharemos este domingo en la lectura de la Carta a los Romanos , es el momento de “despertaros del sueño”. El Apóstol nos invita a que “dejemos las actividades de las tinieblas” y a que nos pertrechemos “con las armas de la luz” (Rm 13, 11-14).

  “Nuestra salvación”, dice, “está más cerca que cuando empezamos a creer”. Y así es: el Adviento es el permanente recordatorio de que el Señor se acerca; es la constatación del primado de la gracia, de Dios que sale a nuestro encuentro; pero es, asimismo, la certeza de que nosotros, seres de un día, nos vamos a encontrar ante la mirada de Cristo, cuyos ojos nos animarán a contar qué hemos hecho con los talentos recibidos.

  El Adviento no es época de retraimientos, ni de temores. Es el periodo de las oportunidades, de las llamadas, de la esperanza en que cambiaremos las “comilonas y borracheras”, la “lujuria y el desenfreno”, por el ropaje del Señor Jesucristo. El sano temor de Dios no es miedo al juicio, es miedo a apartarnos de su lado y a perder en nuestra alma la calidez de su corazón encarnado.

  Hermoso tiempo este el de Adviento que nos presenta la figura de María, siempre fiel a su misión y a su tarea, como icono de valentía y de esperanza alegre y confiada. Ella fue hogar para la Palabra encarnada porque la supo escuchar y acoger. También nosotros tendremos que aprovechar este tiempo para confrontarnos con la Palabra de Dios, para remover nuestras entrañas con la penitencia y la Eucaristía. Solo creando en nuestro interior un hogar para celebrar el misterio de la Navidad, seremos capaces de sembrar a nuestro alrededor solidaridad con los pobres y parados, acoger al sin techo, acompañar al joven que no tiene definido su futuro laboral, cuidar del enfermo o del anciano.

  Dios está cerca y llega. Salgamos a recibirle y “caminemos a la luz del Señor” (Is 2, 1-5).