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Actualidad

Lecturas del domingo 7 de julio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-12.17-20):

EN aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

Palabra del Señor

COMENTARIO A LAS LECTURAS

La alegría de la Buena Nueva

      A veces nuestro mundo está teñido de una cierta melancolía. Hoy se nos hace más verdad que nunca aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Nos espera un futuro más contaminado, más problemático, más conflictivo. El cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, la superpoblación, las guerras y los choques entre las diferentes culturas, todos son problemas que captan nuestra atención y nos obligan, de alguna manera, a ser pesimistas. ¿Cómo es posible alegrarse en un mundo como éste? Por si fuera poco, los problemas personales también están ahí. ¿Quién esta libre de algún tipo de conflicto en su familia? ¿Quién no siente el peligro de la enfermedad y la muerte como una espada de Damocles oscilando amenazante sobre su cabeza?

      En contraste con esta realidad que, a veces, nos puede resultar asfixiante, las lecturas de hoy nos hablan de la alegría que provoca el ser portadores o receptores de la Buena Nueva de la salvación. No hay que pensar que el mundo estaba mucho mejor en los tiempos de Jesús. Quizá la contaminación era menor pero otros problemas, que hoy están relativamente resueltos, eran entonces mucho más graves y acuciantes. La miseria, por ejemplo, era rampante en la mayor parte de la población. En aquel contexto es en el que Jesús envía a los setenta y dos discípulos, de dos en dos, a predicar la Buena Nueva, a desear a todos la paz, a estar cerca de los enfermos y necesitados y a anunciar que el Reino de Dios estaba cerca. 

      Es un mensaje sencillo para los sencillos. Es un mensaje que es causa de alegría para los que lo transmiten y para los que lo reciben. Como se ve en la primera lectura en la que el profeta Isaías exhorta a los que le escuchan a alegrarse porque el consuelo de Dios está con ellos y la paz y la vida. 

      Hoy somos nosotros, en primer lugar, los receptores de ese mensaje. Más allá de los desastres que hayamos podido causar en nuestro mundo, Dios nos sigue ofreciendo la vida y la paz. “El Reino de Dios está cerca” y su palabra nos sigue deseando la paz. Como se lee en el Evangelio, en nosotros está la opción de acoger esa paz que nos viene de Dios o de rechazarla. Pero incluso en el caso de que la rechacemos, hemos de saber que de todas maneras el reino de Dios está viniendo. 

      Pero también somos los transmisores del mensaje. Es el tesoro que Dios ha puesto en nuestras manos. Por eso nos gloriamos en Jesús y hacemos de él el centro de nuestra vida. Y, con nuestra propia vida, anunciamos la paz y la confianza en que Dios es capaz de recrear la vida allá donde nosotros no hemos creado más que muerte.