Por tercer año consecutivo, se celebra la Jornada Mundial de los Pobres, una convocatoria puesta en marcha por iniciativa del papa Francisco y que se conmemora en todo el mundo el domingo 17 de noviembre con el objetivo, en esta edición, de “ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero” que haga posible «un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios».
La Conferencia Episcopal Española y Cáritas se unen un año más para celebrar esta Jornada en nuestro país y ofrecer unos materiales que sirvan para dar protagonismo a los pobres y pueda ser vivida por toda la Iglesia —diócesis, parroquias, comunidades, movimientos, asociaciones, instituciones— como un momento privilegiado de evangelización.
El lema bajo el que se convoca esta III Jornada es “La esperanza de los pobres nunca se frustrará”.
La idea de impulsar la Jornada nació el 13 de noviembre de 2016, coincidiendo con el cierre del Año de la Misericordia y cuando en la Basílica de San Pedro el Santo Padre celebraba el Jubileo dedicado a las personas marginadas. De manera espontánea, al finalizar la homilía, Francisco expresó su deseo de que “quisiera que hoy fuera la Jornada de los pobres”.
Esta convocatoria –que se celebra cada año y en toda la Iglesia universal el último domingo del tiempo ordinario, el domingo XXXIII, previo a la fiesta de Cristo Rey— es una ocasión idónea para poner de relieve el protagonismo de los más pobres en la vida de las comunidades.
Ir al encuentro de los pobres
Como recuerda el Santo Padre en su mensaje, “los pobres no son números a los que se pueda recurrir para alardear con obras y proyectos. Los pobres son personas a las que hay que ir a encontrar: son jóvenes y ancianos solos a los que se puede invitar a entrar en casa para compartir una comida; hombres, mujeres y niños que esperan una palabra amistosa. Los pobres nos salvan porque nos permiten encontrar el rostro de Jesucristo”.
Francisco se refiere a todos aquellos que hoy en día encarnan los rostros de la pobreza, como son las “familias que se ven obligadas a abandonar su tierra para buscar formas de subsistencia en otros lugares; huérfanos que han perdido a sus padres o que han sido separados violentamente de ellos a causa de una brutal explotación; jóvenes en busca de una realización profesional a los que se les impide el acceso al trabajo a causa de políticas económicas miopes; víctimas de tantas formas de violencia, desde la prostitución hasta las drogas, y humilladas en lo más profundo de su ser”.
Junto a todos ellos, señala también “los millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad”, así como “las numerosas personas marginadas y sin hogar que deambulan por las calles de nuestras ciudades”.
“Considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza; son vistos como una amenaza o gente incapaz, sólo porque son pobres”, denuncia el Papa, que pone el foco en el escándalo que supone la invisibilidad de la que son objeto. “Se ha llegado hasta el punto de teorizar y realizar una arquitectura hostil para deshacerse de su presencia, incluso en las calles, últimos lugares de acogida”, afirma.
La Fundación FOESSA ha analizado de manera exhaustiva en su VIII Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, publicado el pasado mes de junio, cual es la verdadera dimensión de la precariedad en nuestro país, donde se constata que la exclusión, en sus diferentes dimensiones, se ha enquistado en la estructura social. El número de personas en exclusión social en España es de 8,5 millones, el 18,4% de la población, lo que supone 1,2 millones más que en 2007, afectando principalmente a las familias con menores, jóvenes y mujeres. Son el rostro de la denominada “sociedad estancada2, un nutrido grupo de personas para quienes el ascensor de la movilidad social no funciona.
Todos estos “expulsados”, dice Francisco, “necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor”. “A todas las comunidades cristianas y a cuantos sienten la necesidad de llevar esperanza y consuelo a los pobres, pido que se comprometan para que esta Jornada Mundial pueda reforzar en muchos la voluntad de colaborar activamente para que nadie se sienta privado de cercanía y solidaridad”, concluye.