Lectura del santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra de Dios
COMENTARIO A LAS LECTURAS
- «¡Bendito el fruto de tu vientre!».
En el evangelio de hoy se narra, como última preparación para la Navidad, la visita de María, que lleva ya a su Hijo en su vientre, a su prima Isabel. No es María la que ha revelado a Isabel que se encuentra encinta -ni siquiera se lo ha dicho a José-, sino el Espíritu Santo, que es el que hace «saltar de alegría» al hijo que Isabel lleva en su seno. Un milagroso ensamblaje, operado por el propio Dios, entre la Antigua y la Nueva Alianza. Aunque después, en un principio, el Bautista no sabrá quién es el que viene detrás de él y está por delante de él (Jn 1,33: «yo no lo conocía»), Juan es ya desde ahora santificado y elegido como precursor por el que está por delante de él. Por extensión podemos decir: visto desde el cumplimiento, desde Cristo, todo el Antiguo Testamento está destinado a ser precursor, de modo que sólo adquiere su pleno sentido si se interpreta en función de Cristo. Un indicador sólo tiene sentido si existe el lugar al que remite. Esto vale también porque los hombres en la Antigua Alianza sólo tenían una ligera idea de lo que esperaban como salvación en el futuro. Isabel, por el contrario, llena junto con su hijo del Espíritu Santo, sabe perfectamente en qué consiste esa salvación, y por eso puede saludar a la mujer que tiene ante sí como a la representante de la fe perfecta, en virtud de la cual Dios ha podido cumplir su promesa anunciada desde antiguo. En la Nueva Alianza algunos hombres pueden tener una vocación tardía, reconocer sólo tardíamente una elección que se ha producido ya desde mucho tiempo antes, por lo que pueden haber sido elegidos y «llamados» «desde el seno materno» (Jr 1,5; Is 49,1; Ga 1,15).
- «Tú, Belén de Efrata».
La sorprendente profecía de Miqueas en la primera lectura presagia, desde el punto de vista histórico-salvífico, mucho más de lo que el propio profeta podía sospechar. El profeta se remite, en tiempos de inclemencia (Samaría había sucumbido), a los orígenes de David, que había salido antiguamente de Belén, de la estirpe de los efrateos. Y según la promesa será de Belén de donde saldrá el pastor de Israel que, cuando pase el tiempo del destierro, instaurará un reino de paz que se extenderá hasta los confines de la tierra. Isaías había hablado de la virgen que daría a luz al «Dios-con-nosotros»; aquí la madre del Mesías es designada simplemente como «la madre que dé a luz». El profeta se remonta hasta David, pero el origen («desde lo antiguo, de tiempo inmemorial») de Jesús es la eternidad, y su definitivo reino de paz superará ampliamente las expectativas de Israel. Quizá el cumplimiento que tiene lugar en María y en su Hijo remite a la Antigua Alianza sólo para superarla con creces.
- «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad».
Ahora, en la segunda lectura, se desvelan el espíritu y la misión del Mesías que viene al mundo. Su tarea es pura obediencia, ya el inicio de su misión lo es. Esta obediencia no realizará actos litúrgicos externos; su propio cuerpo, creado por Dios para este fin, será objeto de la obediencia sacrificial. El antiguo sacrificio externo en la alianza del hombre con Dios es abolido para hacer del hombre mismo un sacrificio total. Y este sacrificio es válido «una vez para siempre», consuma la alianza y nos santifica a todos. La Nueva Alianza remite una vez más a la Antigua, pero la referencia es puramente formal: se asume el concepto de sacrificio veterotestamentario, pero su sentido se transforma totalmente: se pasa de lo ineficaz a lo infinitamente eficaz.