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Actualidad

Comentario a las lecturas del Domingo 10 de marzo de 2019

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,1-13):

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»
Jesús le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo.»
Jesús le contestó: «Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras».
Jesús le contestó: Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios».
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Palabra del Señor

 COMENTARIO A LAS LECTURAS

El relato de las tentaciones de Jesús, que se lee siempre el primer domingo de  Cuaresma, aparece esta vez asociado con dos confesiones de fe, en el Antiguo y en el  Nuevo Testamento respectivamente. Por eso en la escena de las tentaciones la confesión  de fe de Jesús aparece también en el centro.

1. «El Señor nos dio esta tierra».
La ofrenda de las primicias aparece asociada en la primera lectura a una antigua  confesión de fe de Israel, la cual narra en apretado resumen la acción salvífica de Dios: el  arameo errante y sin patria debe ser Jacob, que había servido en Aram, en casa de Labán;  venía del extranjero y se estableció en Egipto, una tierra aún más extranjera. Sólo la salida  de Egipto merced a la fuerza de Yahvé y la tierra que Este dio al pueblo proporcionaron a  Israel el bienestar y la vida sedentaria. Por eso las primicias de los frutos del suelo  pertenecen a Dios. La confesión es aquí reconocimiento. Los dones que se traen en la  cesta no son más que la imagen simbólica de la actitud interior de fe.

2. «Durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto».
La actividad pública de Jesús comienza también, según el relato del evangelio de hoy,  con un vagar sin patria por el desierto, y aquí resuenan más fuertemente los cuarenta años  que Israel anduvo errante por el desierto. Fue éste un tiempo de prueba y a menudo de  verdadera tentación, a la que el pueblo sucumbió más de una vez. Fue también un tiempo  de ejercicio solitario de su relación con Dios, del mismo modo que los confesores, los  apóstoles y los santos cristianos con frecuencia sólo han comenzado su misión entre los  hombres después de años de desierto y de estar con Dios a solas. Que durante este tiempo  su fe se forjara definitivamente, muestra que han seguido el camino de su Señor, que  también ayunó en el desierto y se vio sometido a las tentaciones relativas a su misión  mesiánica. En modo alguno debemos poner en cuestión o subestimar la profundidad de  estas tentaciones de Jesús. El, que tomó sobre sí nuestro pecado, quiso también conocer  nuestras tentaciones, su maligno y engañoso poder de seducción. «Eva se dio cuenta de  que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia» (Gn 3,6). A  Jesús, que no había probado bocado durante cuarenta días, un pan al alcance de la mano  debió parecerle apetecible; la posesión de este mundo que él debía llevar al Padre,  deseable, y el milagro que se le propuso, muy útil para afirmar su posición ante el pueblo.  Todo esto era tan plausible. ¿Por qué elegir un camino tan complicado de renuncia? Los  tres versículos de la Escritura con los que Jesús replica y se opone al diablo, no son  fórmulas aprendidas de memoria, sino respuestas amarga y trabajosamente conseguidas.  Se las puede llamar, en un sentido más elevado, una confesión de fe existencial.

3 . «La fe del corazón y la profesión de los labios».
Esta confesión (en la segunda lectura) no quiere decir que eso sea algo subjetivamente  fácil: la palabra (de la fe que la Iglesia anuncia) «está cerca: en los labios y en el corazón»  del creyente, porque esa palabra es en el fondo el mismo Cristo; pero es una palabra que el  propio creyente ha de pronunciar y nadie puede pronunciar por él. Y esto de nuevo no  como una fórmula aprendida de memoria, de todos conocida y sacada de la liturgia de la  comunidad, sino como una afirmación que implica estar dispuesto a sacar las  consecuencias para la propia vida: «Jesús es el Señor (Kyrios)» y «Dios lo resucitó» de  entre los muertos. Las dos cosas se implican mutuamente: como el resucitado, Jesús es  también el Kyrios que reina sobre el mundo entero, por tanto también sobre mí, sobre mi  corazón, sobre mi vida; por ello también es el Kyrios «de todos, generoso con todos los que  lo invocan», ya sean judíos o griegos, chinos o indios. La confesión de fe en este Señor, la  entrega de sí que en ella se expresa, proporciona «justicia y salvación», y no otra cosa que  podamos imaginar como instrumento de salvación o como mérito.